La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre contra las paredes de las arterias cuando discurre a través de ellas para transportar oxígeno y nutrientes a la células de todo el cuerpo. Con cada latido, el corazón bombea sangre hacia las arterias y es cuando esta presión es mayor y se denomina “Presión Sistólica” y en cambio, cuando el corazón se halla en reposo, entre latido y latido, la presión es menor y se denomina “Presión Diastólica”.

La presión arterial se mide en milímetros de mercurio (mmHg) y se habla de hipertensión arterial (HTA) cuando la presión sistólica  es igual o superior a 140 mmHg, cuando la presión diastólica es igual o superior a 90 mmHg o cuando ambas presiones son elevadas.

La HTA es una enfermedad que actúa silenciosamente y no da síntomas durante mucho tiempo, por lo que sin una detección precoz y su correspondiente tratamiento  puede provocar graves consecuencias, como un infarto de corazón, un accidente cerebrovascular o incluso daños en otros órganos importantes, como son el riñón y los ojos.

¿Cómo afecta la hipertensión arterial a nuestros ojos?

Cuando esta elevación de la presión arterial produce alteraciones en los vasos sanguíneos de la retina, hablamos de retinopatía hipertensiva.

En la retinopatía hipertensiva,  las arterias encargadas de llevar sangre a la retina se ven obligadas a soportar una presión arterial alta de forma sostenida.

Como consecuencia de ello, estas arterias se vuelven más gruesas, lo que dificulta el paso de la sangre.

También pueden contraerse y al estrecharse,  el flujo de sangre se hace más lento o se bloquea, provocando la falta de riego sanguíneo en algunas zonas de la retina.

Además aumenta la permeabilidad de las arterias, lo que facilita la salida de líquido y sustancias procedentes de estos vasos que se acumula en la retina inflamándola (edema de retina).

Y asimismo, todos estos daños pueden provocar hemorragias.

Cuando estas anomalías afectan a la coroides, que es una capa llena de vasos sanguíneos que nutre y rodea a la retina, estamos ante una coroidopatía hipertensiva  y si se trata del nervio óptico, se denomina neuropatía óptica hipertensiva.

Como factores de riesgo de la retinopatía hipertensiva destacan, entre otros:

-descontrol de la tensión arterial

-diabetes

-tabaquismo

-preeclampsia (complicación del embarazo que se caracteriza por hipertensión arterial y presencia de proteínas en la orina)

-eclampsia (cuando la preeclampsia es grave puede desencadenar en eclampsia, que se caracteriza por la aparición de convulsiones o incluso un estado de coma durante el embarazo)

-niveles altos de colesterol en sangre (hipercolesterolemia)

-edad superior a 50 años

-exceso de sal en las comidas

-sedentarismo

-obesidad

Dado que en la mayoría de los casos la retinopatía hipertensiva no ocasiona síntomas, el mejor método para diagnosticarla es mediante el examen del fondo de ojo utilizando un instrumento denominado oftalmoscopio, que proporciona una visión directa de la retina y de sus vasos sanguíneos.

Para valorar la gravedad de esta patología se puede recurrir a la angiografía con fluoresceína, que es una técnica que, tras inyectar un contraste y con una cámara especial,  permite tomar fotografías del fondo de ojo y registrar las imágenes, sobre todo cuando existen patologías asociadas a la circulación sanguínea de la retina como pueden ser la retinopatía diabética, la degeneración macular asociada a la edad (DMAE), la oclusión u obstrucción de los vasos retinianos con la correspondiente isquemia o falta de aporte sanguíneo o la existencia de posibles inflamaciones o incluso tumores.

El grado de lesión en la retina se determina conforme a la clasificación de Keith-Wagener-Barker.

Así, en el Grado I no suelen presentarse síntomas por lo que es muy difícil de diagnosticar, en los Grados II y III se observa una inflamación de la retina y filtraciones de sangre en los vasos sanguíneos, mientras que en el Grado IV ya hay inflamación del nervio óptico y de la parte central de la retina, que es la mácula, con consecuencias más graves y una disminución significativa de la visión.

Por otra parte, existen diferentes tipos de retinopatía hipertensiva.

Por lo general, en la retinopatía hipertensiva crónica no se producen síntomas durante mucho tiempo y su descubrimiento suele deberse a los exámenes de fondo de ojo que se realizan, de manera rutinaria, como medida de control de la HTA.

¿Cómo afecta la hipertensión arterial a nuestros ojos?

Cuando la hipertensión es de larga evolución o severa, los pacientes pueden notar visión borrosa, disminución de la agudeza visual o en los casos más graves, pérdida de visión.

También existe la retinopatía hipertensiva aguda, conocida como maligna o acelerada. Aparece súbitamente y se caracteriza por una presión arterial altísima. En este caso, el paciente experimenta visión borrosa y fuertes dolores de cabeza.

Puede acarrear consecuencias muy severas como hemorragias, presencia de exudados y edema o inflamación en el tramo inicial del nervio óptico, que es la papila óptica.

Respecto al tratamiento, no podemos hablar de un tratamiento específico para la retinopatía hipertensiva, sino que las actuaciones irán encaminadas al estricto control de la presión arterial.

En este sentido, cabe recordar los principales hábitos de vidas saludable, como por ejemplo seguir una dieta sana y equilibrada, rica en frutas y verduras, reducir el consumo de sal y grasas saturadas, evitar el tabaco y el alcohol, huir del estrés, controlar correctamente la diabetes en su caso y practicar ejercicio físico de forma moderada.

En cualquier caso y dadas las graves secuelas que puede ocasionar la retinopatía hipertensiva en una fase avanzada, no debemos olvidar que lo fundamental, como siempre, es la prevención y por tanto, la revisión periódica con el especialista.